Calma zen

domingo, 24 de abril de 2016

Últimamente se ha puesto de moda atribuir cierto estado de ánimo al nuevo gobernante de nuestro país, al mismo se lo define como “calma zen”.
Me llamó la atención semejante caracterización tan alejada de las virtudes secundarias conque suele adornarse a los políticos (del tipo, “que bien que habla” o “que sencillo que es”), por lo que me enfoqué en una rápida investigación que permitiera desmalezarme de confusiones.
Lo primero que hice fue alejar mis suspicacias relativas al uso de fármacos para impostar alguna dosis de equilibrio en el comportamiento, tan difícil de lograr en estos tiempos.
También, en un relámpago (muy al estilo Italo Calvino), me pareció ver la mirada de Brando en el Padrino I, cuando ya de vuelta de todo, lo envuelve la sabiduría perdona vidas de quien se siente un ser especial después de despachurrar a toda suerte de enemigos. Pero me dije que la imaginación me conducía por senderos tortuosos.
Posteriormente busqué algún tipo de intención más profunda o, si se quiere, más política, a la difusión de dicho atributo. Pronto caí en cuenta que se trataba, aparte de un reconocimiento de virtudes, de un modo de establecer diferencias con la etapa anterior, tan llena de “crispación” y tan carente de “diálogo”. Me pareció, dentro de todo, un artilugio legítimo, publicitariamente correcto. Pero como soy un consumidor un poco difícil, mejor dicho, un mal consumidor, es decir, no soy un consumidor, quise ahondar un poco más en el concepto.
Recordé que allá por el año 1965 (como suele decirse, “tengo mis años) cayó en mis manos un libro de edición muy barata llamado algo así como “Que es el Zen”. En el mismo se abundaba en datos históricos referidos a un tal Bodhidarma que emigró de la India hacia China para predicar las enseñanzas del Buda (circa año 500 D.C.).
Según el relato, o la ficción histórica, este personaje se instaló en el norte de China y se dedicó a la prédica de su doctrina favorita. El famoso templo Shaolin (muy conocido a través de diversas películas de artes marciales) fundado por otro monje indio, llamado Buddahbhadra (o Ba Tuo en chino) lo tuvo como huésped.
Los japoneses, que adoptaron mucho de la cultura china, traspusieron a su propio idioma el nombre de la corriente creada por el Bodhidarma (a quien llamaron Daruma Taishi), de Chan (palabra derivada del sánscrito dhiana, meditación) a Zen.
A lo largo del tiempo se produjo una asociación entre las distintas corrientes del Chan/Zen y las artes marciales, a pesar de que el Bodhidarma/Daruma, en realidad no las practicaba (o sí, según la fuente a la que uno le dé crédito). Tampoco se practicaban, en principio, en el templo Shaolin donde terminó sus días, que según cierta especie improbable fueron los últimos de total ultimidad porque se extinguió en el Nirvana, producto que por estos arrabales no pega mucho (un poco puede ser lo del nirvana, pero lo de la extinción...)
Todas estas cosas, como todas las cosas, son dudosas, porque la historia está plagada de ficciones y relatos convenientes, pero a la hora del saber no queda otra que saber lo que a uno le cuentan y a fines ilustrativos estas historias vienen bien.
Ese aspecto, el de las artes marciales, es el que ha trascendido más hacia occidente, sobre todo por ciertas películas del género (tanto chinas como japonesas). Arriesgo a considerar que estas son las fuentes principales de donde se nutren publicistas y periodistas, tan afectos a simplificar las cosas para mejor ingesta por parte de los grandes conjuntos, y tan de saber casi nada de casi todo.
Es claro que alguna gente un poco más enterada no desconocerá cuestiones referidas al zazen, modo de práctica japonesa bastante conocida en occidente debido, probablemente, a que se puede explicar con dibujitos. Pero, si se quiere llegar al gran público, los fundamentos no pueden ser tan elitescos, deben responder a imágenes que, quien más quien menos, todos conocen. De modo tal que, me dije, cuando se habla de calma zen, se habla de la actitud que tienen esos hombres de acción a los que no les tiembla la mano cuando tienen que tomar decisiones y cursos de acción duros o difíciles.
Así, en las referidas películas, a nuestro héroe ocasional no se le altera la respiración cuando con perfecta técnica y elegante movimiento corta en dos a algún infortunado oponente. Ese es el comportamiento que conocemos (reitero, por ficciones peliculeras) en ninjas y samurais, guerreros de enorme equilibrio emocional y devastadora capacidad destructiva.
Estos modelos de conductas parecen ser las imaginerías predilectas de los abanderados de la igualdad calificada (esa que dice que todos somos iguales pero que algunos somos más iguales que otros), junto con algunas metáforas zoológicas referidas a presas y depredadores, o como ser un “macho alfa” hecho y derecho, inspiradas en lecturas a las apuradas del amigo Darwin.
Todo esto no pasaría del campo de la metáfora o de la imagen publicitaria destinada a consumidores incautos si no fuera porque la práctica, derivada de o concomitante con estas fantasías, termina en el mundo real como apaleo profesional (y eficiente) de trabajadores en ejercicio de su derecho a (¡qué menos!) reclamar. No sin antes, of course, hablar de diálogo y consenso.
Recuerdo, en tren de asociar de modo tal vez ilícito, que cuando se produjo la expansión musulmana desde Arabia, se instaba a las ciudades asediadas a rendirse con la promesa de no tomar represalias (y de no extender el saqueo por más de tres días), advirtiendo que si se negaban las consecuencias podrían ser, cuanto menos, indeseables. Eso era diálogo, después cuando bajaban los impuestos leoninos aplicados por los bizantinos (anteriores mandamases), obtenían el consenso.
Los cruzados también aplicaron tan ejemplar procedimiento con la sutil diferencia de que cuando las ciudades se rendían pasaban a degüello a todos sus habitantes. Cosa que terminó con la paciencia de un kurdo llamado Al-Nāsir Ṣalāḥ ad-Dīn Yūsuf ibn Ayyūb (en nuestra fonética Saladino), a la sazón emir de los creyentes de aquellas latitudes, derivando todo en una expulsión destemplada que tiene sus resonancias hasta el presente.
Pero bueno, todo esto son divagaciones, el punto es que la calma zen significa, que te pueden cepillar paz, pan y trabajo (Ubaldini dixit) con total tranquilidad, sin que los ataque el remordimiento, ni pierdan el sueño, ni la buena digestión y, como si esto fuera poco, sin crispaciones populistas, que no es poco.
Así que, en resumidas cuentas, ¿diálogo o toronga? - dialogo - bueno, pero antes un poco de toronga- con total profesionalidad, nada personal; es más, impersonal, sin sentimientos, sin empatía, sin compasión ni otras debilidades progres.
Gentes anticuadas, y adictas a ideologías tan anticuadas como ellas, se refieren a estas cosas, seguramente de modo injustificado, como represión de la protesta social, o represión a secas. Pero ellos, como todos saben, no entienden nada, y menos entienden la calma zen.
Eduardo Montes. Diciembre de 2015

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