Estructuras y creencias

sábado, 6 de noviembre de 2010

En su escrito “La Historia como Sistema”, Ortega y Gasset escribe el siguiente, llamativo, párrafo:

“Generalizando el asunto, yo formularía así, esta distinción: creemos en algo con fe viva cuando esa creencia nos basta para vivir, y creemos en algo con fe, muerta, con fe inerte, cuando, sin haberla abandonado, estando en ella todavía, no actúa eficazmente en nuestra, vida. La arrastramos inválida a nuestra espalda, forma aún parte de nosotros, pero yaciendo inactiva en el desván de nuestra alma. No apoyamos nuestra existencia en aquel algo creído, no brotan ya espontáneamente de esta fe las incitaciones y orientaciones para vivir.”

Curiosamente, y alguna relación interna debe tener, este párrafo podría extrapolarse a lo que acontece con las estructuras, las formas de organización que, como instrumentos, utilizan las sociedades humanas. En cierto momento sirven al desarrollo, sirven a la vida, constituyen lo más avanzado hasta allí, para, poco a poco, comenzar a transformarse en peso muerto al cual es necesario tributar a desgano.

Las estructuras sociales obsoletas, vaciadas de sentido, son como esos miembros amputados cuya memoria todavía proporciona un registro ilusorio, pero con los cuales no se puede hacer nada.

En tiempos como el actual se vive esto dramáticamente. Por una parte se asiste a una severa desestructuración y por otra, con modos brutales o sedosamente manipuladores, algunas fuerzas intentan asonadas en las cuales la tentativa de restauración del orden anterior es publicitada como un avance hacia el futuro.

Es claro que toda estructuración ida ha tenido sus beneficiarios; y estos se muestran activos a la hora de las resurrecciones. Pero nada de lo que surja de allí beneficiará a los conjuntos, nunca lo ha hecho, nunca lo hará.

La desestructuración de las referencias genera un vacío que, a veces apresuradamente, se intenta llenar con lo que aparezca. No se espera el tiempo suficiente como para que el silencio de los espacios abiertos exprese su mensaje como un susurro, una brisa, una llamada lejana.

Las generaciones humanas en su dinámica, entre biológica e histórica, van urdiendo el devenir de la especie. Toda generación busca el centro de la escena y, eventualmente, lo consigue.

La historia, en su andar, necesita de esta dialéctica de generaciones. Pero, a veces, la historia expresa su avance en un gran cambio de escala, una revolución total, y para eso es preciso que una generación escuche ese silencio de espacios abiertos, se sumerja en el vacío y sintonice en una intersubjetividad liberada de estructuraciones muertas.

Eduardo Montes