Antes de que ganemos

viernes, 21 de octubre de 2011

El 14 de agosto, después de las seis de la tarde, me acomodé para ver las primeras “bocas de urna”, esperando las cifras oficiales o las impresiones de los candidatos.

Apenas me di cuenta que se venía una especie de “huracán Cristina”, mi reacción espontánea fue pensar “¡oia!”. Después me dediqué con total fruición y malicia a pasear por los distintos canales de tv, donde los insignes analistas trataban de exprimir alguna razón que los exculpara de tanta tontería proferida hasta ese momento.

La diversión aumentó cuando los candidatos y voceros de los distintos partidos y frentes empezaron a balbucear explicaciones y/o negativas a la realidad que se empezaba a esbozar con el correr del escrutinio.

Los movileros de diferentes canales, con un dejo de compasión cómplice, buscaban entrevistas en las que pasaban letra a candidatos atolondrados ante libretos chamuscados; salvo en aquellos “bunkers” (así les gusta decir a ellos), donde sólo quedaban escritorios, carteles, canapés y botellas sin descorchar, brillando por su ausencia la presencia humana. Recordé los tiempos en que estaba de moda la bomba neutrónica.

Adiviné que en algunos crecía la sospecha de que estaban soñando y que pronto despertarían de la pesadilla para volver a trajinar su incesante búsqueda de un lugarcito al sol.

Mi sonrisa fue tomando un espacio cada vez mayor en la superficie de mi cara hasta, casi en el límite del dolor, estallar en carcajadas aliviadoras. ¡Hacía tiempo que no disfrutaba tanto con el sufrimiento ajeno!

Así fui pasando el tiempo hasta bien entrada la noche cuando empecé a advertir que mi sonrisa se había congelado y ya era más como una mueca ritual ante un espectáculo patético.

Paulatinamente me invadió esa resaca que suele suceder a esas alegrías malas, alimentadas por revanchas y resentimientos varios. Y a poco, una suerte de tristeza se apoderó de mi ánimo, hasta ese momento festivo. Sentí algo parecido a la nostalgia por el ser querido largamente ausente.

¿Dónde estaba mi querido PH? ¿Dónde su pequeña aritmética de artesanos? ¿Dónde estaba esa inefable alegría por saber que unos miles nos habían visto y se sentían reflejados?

Mi ojos se quedaron fijos en un punto más allá del aparato de tv y una rara conciencia de mí aumentó la intensidad del sentimiento y después… nada, me fui a dormir.

Después de ese día comenzó una especie de “lluvia de meteoritos” en la forma de ideas (más bien fragmento de ideas) que terminaron por remitirme a la lectura atenta de las Cartas a mis amigos de nuestro muy amado Maestro Silo.

Pero antes de enfocarme en ellas tuve que tomar algunas decisiones:

La primera de ellas fue la de otorgar plena vigencia a lo que en ella se explica, sin el acomodaticio relativismo que plantea su obsolescencia, parcial o total, sin especificar cuál es el cuerpo de ideas que ha de sucederla y en que corriente se inscriben.

La segunda decisión fue la de no pasar por alto aquellos párrafos que me resultaran incómodos o que no coincidieran con mi forma de pensar o sentir.

La tercera fue la de estudiarlas no para utilizar sus planteos como armas arrojadizas en alguna compulsa interna o contra “enemigos” personales, sino para que fueran referencia neta de mi eventual acción.

Oscuramente comprendí en que consiste mi libertad, así como la de los demás. Por tanto, nada de objetar a otros, y nada de pedir permiso.

Tomé muchas decisiones (70 decisiones y ninguna flor), pero no vienen a cuento, las más son un exceso de especificación.

Después del fárrago de decisiones y comprensiones abstrusas se instaló en mi conciencia, como una esforzada gota de aceite esencial, la siguiente evidencia:

El PH no tiene nada que hacer en un frente para la victoria. Si el PH es construido por personas que tienen un mínimo de vocación de destino histórico, entonces trabajará en aquello para lo que fue concebido, para animar la aspiración futura, por ende para fracasar. Ninguna generación auténticamente revolucionaria se inspirará en ideas instaladas, salvo que hablemos de ¡revoluciones conservadoras! Cualquiera puede desarrollar los silogismos del caso a partir de esta premisa.

Las supuestas tácticas de trabajar desde adentro del sistema son tan viejas que se conoce sobradamente de dónde vienen y adónde van. En todo caso, quien quiera hacer carrera como funcionario puede abrevar en ellas porque le irán “como anillo al dedo”.

La utilización de ideas por parte de aquellos que no las aman ni las viven, o intentan vivirlas, no es un recurso de “propagación de la fe”, es sólo un intento de “vestirse con plumas ajenas” para enmascarar la propia oquedad (no confundir con vacuidad).

El PH de las Cartas a mis amigos se construirá de acuerdo a sus ideas inspiradoras. Allí no habrá cabida para personajes, líderes, negociadores o funcionarios. No habrá cabida porque ellos no la querrán. ¿Quién querría trabajar para no obtener nada?

El PH de Silo podrá ser una pequeña secta o un partidejo testimonial. Podrá, esforzadamente, construir algún modesto “efecto demostración”. Podrá tener una relevancia momentánea en alguna coyuntura incomprensible. No importa, lo único que realmente importa es que servirá a la unidad interna de quienes se apliquen a él y hará su aporte para que distintos tiempos y espacios se enlacen evolutivamente.

Pocas veces Silo se dirigió a mí personalmente. Las más de ellas en un esfuerzo por hacer que yo comprendiera algo valioso para mi vida. Como es notorio este esfuerzo fue infructuoso. Pero algunas cosas, por una razón u otra, me dejaron cierta impresión. Entre ellas destaco lo siguiente:

“Nosotros no construimos para hoy ni para mañana. Nosotros construimos para pasado mañana”

Eduardo Montes