El extraño caso del sr. Lanata

sábado, 13 de octubre de 2012

El anuncio de la victoria electoral de Chávez, sin querer, se transformó en uno de esos momentos únicos, inefables, que recordaré por mucho tiempo.

Cuando el ilustre periodista, y algo más, leyó los números del escrutinio apenas si pudo aguantar la profunda contrariedad que le produjeron y después pidió un corte. Su rostro desencajado fue el non plus ultra de una noche de fiesta.

Evidentemente la experiencia lo dejó un poco tocado porque cuando regresó al país, aparte de refunfuños que  nadie creyó, salió con la cuestión de que Argentina y Venezuela eran "democracias autoritarias" (ya no "dictaduras populistas") . ¡Interesante ascenso en el escalafón!

¡Qué bueno es estar vivo! Si no uno se perdería cosas como estas, pequeñas cosas de la vida que no son su sentido, pero lo aderezan...

Ese momento, divertido, tiene además cierto valor de símbolo, de mojón en una trayectoria aparentemente extraña que ha llevado a un empresario del progresismo más o menos izquierdista a una derecha, cada vez menos más o menos, recalcitrante. Muy a la Vargas Llosa pero sin premios literarios.

No puedo quitar de mi mente una pregunta copresente, un rum rum constante que me quita la paz  (por mucho que respire). La pregunta es: ¿por qué fenómeno cuántico ese señor pasó, sin escalas, de acá a allá?

Después del domingo ya no puedo postergar más el asunto, tengo que dilucidar el caso.

Hace bastante tiempo, no recuerdo cuándo pero fue en la década de los noventa, una amiga elogió a este buen señor por su vocabulario en cierto programa radial (o televisivo, tal vez), le gustaba su desenfado y su provocación. Todo hubiera quedado allí si ella no hubiera pedido mi opinión. Cavilé un instante y luego le dije: “no sé, tengo la sensación de que sus palabrotas son impostadas, cosméticas, no le salen de adentro. En fin, son una pose”.

Además agregué que sus “malas palabras” ya no lo eran, estaban incorporadas al lenguaje cotidiano sin mayor carga, por lo menos algunas de ellas (era la época en que el “boludo” empezaba a reemplazar al “che” o a acompañarlo).

¿Te parece? Preguntó esta amiga.

Respondí que eso era lo que me parecía y además me despaché con una perorata acerca del curro cultural que involucraba a toda clase de artistas, intelectuales, periodistas y afines. Espacio del que no eran ajenos muchos politiquitos de la fauna vernácula.

Lo particular de todos ellos es que siempre andan por ahí buscando escenario desde una posición “independiente” que a duras penas emboza su afán de relieve personal. Si se observara con atención sus trayectorias se vería que estas, propulsadas por la notoriedad (con los emolumentos consecuentes), pueden seguir vectores insospechados. Así, van tomando derivas que provocan, si uno las pierde de vista por un tiempo, una cierta sorpresa, parecida a la que se experimentaba cuando niños, ante algunos trucos de magia (nada por aquí, nada por allá. ¡Acá taaa!).

Uno empieza a dudar de su memoria y se pregunta “si este no es el mismo que...”, “pero este no es el que decía...”, “pero si yo lo vi con...”, hasta que alguien lo informa adecuadamente y uno se queda diciéndose “mirá vos”...

Podríamos dar muchos ejemplos de esto pero mejor será no perder de vista el tema. Y el tema es “El extraño caso del sr. Lanata” que, al modo de los misterios de las novelas de misterio, al final no tienen nada de misterio y sí una explicación extremadamente lógica donde todos los detalles encajan.

A veces hay que apelar a campos ajenos al aparente para lograr una interpretación correcta del fenómeno o es necesario un buceo en los vericuetos del alma humana, tan sencilla y tan enredada a la vez.

Para encarar una comprensión necesitamos un punto de partida. Partamos de la siguiente idea: todo ser humano, en su adaptacion al medio social, es guiado por tres intereses, sexo, dinero y prestigio. Y es una regla no escrita que si se logra una buena posición en dos de ellos, el tercero cae solo.

Esta premisa podrá aparecer como poco seria, reduccionista, arbitraria, sin base científica y/o filosófica, etc., pero tiene una característica esencial: es la que hemos asumido. Y con esto se agota la discusión por improcedente.

Pues bien, los artistas, los intelectuales, los políticos, los periodistas, los científicos, etc., no están exentos de ser guiados por estos tres intereses fundamentales. Es más, y por mucho que pueda sorprender a los espíritus simples, probablemente estos personajes tengan estos intereses como una obsesión en el grado pluscuamperfecto de la compulsión irrefrenable. Después, el talento, la fortuna o el background de relaciones los lleva en una dirección u otra, siempre guiados por un fototropismo ciego.

Las convicciones, la autenticidad y otros intangibles pueden ser parte del packaging, pero no son la esencia del asunto. Siempre se puede hacer una autocrítica del pasado para justificar un presente, ahora sí, verdadero. O, las más de las veces, sostener que no se ha cambiado sino que el mundo, los demás han cambiado, pero uno es una petra inmutable en el centro del cosmos.

Este fenómeno de traslación o fototropismo es muy usual en estos ámbitos. Lo que le da cierta originalidad al caso que nos ocupa es su velocidad. No se trata tanto el haber asumido una oposición sin matices al gobierno sino, fundamentalmente, el giro hacia la corporación mediática con una renovación total de vestuario en una especie de extreme make up ideológico, con una voltereta grotesca que lo deja a los besos con personajes tales como Bullrich o Capriles (y en breve, Moyano), quienes, además de representar intereses (brutales intereses), son expresión de una estética, una sensibilidad, un modo de sentirse, un modo de vivir y un modo de configurarse ante el fenómeno humano en general totalmente alejados, supuestamente, de los suyos.

La respuesta inmediata que esboza alguna gente, bastante desilusionada con el sujeto en cuestión, es acusarlo de haberse vendido, de haberse convertido en un mercenario sin entrañas (sin chistes fáciles). Creo que el tema dinero no es desdeñable, pero no parece explicar el asunto en su totalidad.

Un detalle a resaltar es que la corporación mediática, con todo su poderío económico y relacional, no ha podido cobrarse mayores presas, es decir, se maneja más o menos con el mismo plantel estable que tenía de personajes sin mayor relevancia intelectual y/o moral.

Esta es la única que ha podido exhibir, con el aditamento de que no hace mucho era uno de los más fuertes criticos del conglomerado. Doble ganancia como corresponde a gentes de negocios.

Ante todo esto voy a ensayar una interpretación que irá por otros canales, no por el lado de la burda mercenarización o por el lado de hipótesis de resentimientos personales  con algún socio por cuestiones de plata o figuración, que no las descarto, pero que me parecen insuficientes. Les falta algo más, ¿cómo diría?, algo más “espiritual”...

El tema, sin soslayar los otros, parece tener su primario en la imagen de sí, en el prestigio. Desarrollemos.

Durante el gobierno de Néstor Kirschner no hubo mayor oposición de la corpo mediática. Su hombre en el gobierno le daba todo lo que pedía y la relación con el mismo se podía graficar con la antigua expresión “miel sobre hojuelas”.

Alguna publicación sacó un artículo en el que se afirmaba que Kirschner, Moyano y Magnetto eran los hombres más poderosos del país (por encima de los Rocca, Pagani, Miguens, etc.), cada uno en sus respectivas áreas, sin solaparse ni interferirse, en perfecta armonía y sincronización.

Prácticamente no debe registrarse una sola crítica al kirschnerismo en esta etapa, creándose la ilusión o la impresión de que estaba siendo el mejor gobierno posible.

Los triunviratos, se sabe desde Roma, nunca terminan bien, y este tampoco habría de hacerlo. El primero que “pudrió todo” fue Néstor, quien no pudo aguantarse y empezó a comentar en cenáculos reducidos que se “iba a cargar al monopolio”. La ley de medios ya estaba asomando y, obviamente, estas infidencias dichas ante los “topos” de la corpo pronto habrían de llegar a los oídos de Magnetto.

Es claro que no se puede pasar, sin decir agua va, del amor al odio sin que medien algunos pretextos, y sin que se terminen de abrochar algunos negocios. Pero la oportunidad de dar el primer golpe, o contragolpe, llegó apenas Cristina terminó de carretear y empezó a gobernar. Esto es historia conocida cuyo puntapié inicial fue el denominado, intencionadamente, “conflicto con el campo”.

¿Y todo esto qué tiene que ver con la elucidación de nuestro caso? Mucho, porque la radicalización de posiciones que se empezó a desarrollar en ese momento sacó a nuestro amigo de la cómoda posición de fiscal de todo el mundo ubicado en algún punto de la nada, allá arriba.

Cada vez más la cosa se fue simplificando, aunque no facilitando, hasta transformarse en “a favor” o “en contra”, sin matices, ambigǘedades, zonas grises o posibilidades distintas. Estas situaciones suelen ser aptas para espíritus binarios a quienes el sí o el no les alcanza para describir y operar sobre todo lo que existe. ¿Y lo demás?, bueno, lo demás no existe.

En este contexto nuestro amigo podría haber derivado hacia cualquier lado. Es más, teniendo en cuenta los antecedentes ideológicos, el tipo de lenguaje, el tipo de lecturas, etc., lo más probable es que, así, cerrando los ojos, uno dijera que iba a orientarse hacia un apoyo, seguramente crítico, al gobierno y todo lo que él representara.

Algunos factores impidieron esta asociación:
  • Cristina se apropió sin miramientos de todo el discurso de la izquierda, particularmente el tema derechos humanos. Cosa que venía de antes, pero que adquirió mayor relieve con ella.
  • Cristina planteó lo que se llama, quién sabe porqué, la “batalla cultural”. Básicamente una confrontación de relatos, muy en la concepción postmoderna, como más o menos es moda en la intelectualidad de las últimas décadas.
  • Cristina es estrella, no es simplemente una política, tiene capacidad actoral y domina el escenario. Compone un tipo de personaje al que, si se lo sigue, siempre será más como acólito que como acompañante. Es un rasgo de carácter que no tenía su esposo y por eso podía tejer toda clase de entramados y sociedades. En cambio ella suscita un cierto trato de diva. No es que ella lo imponga, es que les sucede eso en su presencia.
Esto lo expresan algunos tratando de degradar su mandato semejándolo a una monarquía. No se dan cuenta que con esto confiesan el extraño efecto que ella les produce.

Estos tres factores resultan insoportables para quien se siente dueño de la temática progresista, líder de la cultura y, como si esto fuera poco, la estrella que falta en la galaxia.

Es claro que estas cosas tienen sus explicaciones y sus interpretaciones por medio de los más diversos psicologismos. Que si compensan alguna deficiencia de personalidad, o una infancia desgraciada, o un padre autoritario, o una madre sobreprotectora, o una tía libidinosa, o un hermano alcohólico, o un exceso de encierro en casa, o un desarraigo familiar, o lo que sea. Pero eso no importa.

El punto es que si alguien experimenta que el lugar que le pertenece, lo ocupa otro, y este alguien es una persona en extremo malcriada y caprichosa y el ocupante, para colmos, talentoso y obstinado, entonces, después de la rabieta del caso, tratará por todos los medios de desalojarlo de allí y, mientras esto sucede, tendrá que ocupar otro espacio, simétrico en su imaginación. Él quiere estar "arriba de todo" y, lamentablemente, "arriba de todo" está Cristina. 

Como le han usurpado “su lugar” hace guerra de guerrillas, y como no hay medios independientes, lo hace desde el que le da todas las armas para su guerrita particular. Un poco al modo de los taliban, esos que eran financiados por un lado para que incordiaran al otro.

Siempre ha sido así, los mercachifles compran lo que pueden para seguir haciendo sus negocios y los extremistas manotean lo que sea mientras justifican los medios por sus fines.

Esto les ha pasado a muchos, pero no muchos son los fundadores de Página/12, en su momento máxima expresión de la profundidad superficial, de la mediocridad inteligente, del estrategismo de café y de la sabihondez insustancial.

Se puede argumentar que Lanata no es un fundamentalista ni un extremista, que es un hombre democrático, amplio, moderno y otras maravillas.

Quienes argumenten de ese modo evidencian que no entienden nada de nada. Este hombre sí es un fundamentalista, esencialmente de su propio yo, de su sobamiento, acrecentamiento, complacencia y relevancia. En síntesis, un egotista exacerbado, como toda estrella o aspirante a tal.

Por eso cuando se encuentra con estrellas como Cristina, sueña con hacerles una pregunta (desde su posición de fiscal periodístico ubicado en un espacio cuántico) que la fulmine y que demuestre que la única estrella es él.

Él se emplaza en ese lugar extraño en que, con los superpoderes de su lengua y con un canchereo sin soporte, hará la/s pregunta/s que fulminaran al kirschnerismo dejando despejado su precioso espacio usurpado (my precious!).

Él asocia Cristina a Chávez, como tantos otros, pero la verdad es que le producen efectos diferentes. Este también tiene algo de superstar, pero es de una especie distinta. Para empezar, personajes como Jorgito no le llenan una carie. Es un animal sólido al que no le importa nada lo que él pueda decir. Le importa tanto como los tacones de una señora de clase media caraqueña, o las ínfulas de un petimetre acomodado. 

Tal vez por eso hizo el circo de aparecerse con una carpeta de los servicios de inteligencia para que lo detuvieran y así darle un poco de entidad a su miedo y que no sea sólo imaginario. 

Imagínense a Hugo Chávez entrando a un lugar con su guardia pretoriana de cubanos, con sus inocultables modos militares, con el peso específico de su corporalidad en marcha, que venga un pelafustán y le haga preguntas plagadas de prejuicios e ideítas anémicas. ¡Le manotea el micrófono y se despacha con un discurso de dos horas!

Es claro, a Cristina no le tienen miedo por una razón sencilla, ella no da miedo. Ella lo que provoca es envidia (por el pelo, la ropa, las carteras, los discursos sin papers, la memoria, el codeo y otras superficialidades), una envidia que no se traduce como deseo de emulación sino como resentimiento. Y a Lanata, un bufoncito predestinado a entretener a la soldadesca de este lado de la contienda, le da más envidia que a nadie. Por eso se pasa al otro lado a criticar carteras y vestidos, con esa saña propia de los envenenados.

En fin, que cuando el cien por ciento de una conciencia está motivada por sexo, dinero y prestigio, es sólo cuestión de aumentar la temperatura para que aparezca la monstruosidad. Es necesario sólo un pequeño uno por ciento de mística para que la misma se neutralice. Sólo una pizca, pero una pizca sumamente rara. De esto, el gordito, absolutamente nada, por eso es que no cree en su existencia. Por eso no puede percatarse de que alguna gente, con sus mismos defectos, obsesiones y taras, es diametralmente distinta, sólo por ese uno por ciento definitorio, esa pizca de mística, ese catalizador imprescindible para quien aspire a ser real.

El ignorante, en una extraña lógica, hace de su ignorancia prueba. A veces confundiéndose solo, otras confundiendo a otros.

Así dicho, todo parece chato y sencillo, sin embargo tiene sus bemoles. La falta de plan B por parte de Lanata el día que, según toda la probabilística, ganó Chavez, es muy llamativa. ¿Es que realmente creía que iba a ganar Capriles? ¿Es que se creyó todas las operaciones falsificadas que ellos mismos lucubraron? ¿Es que pensó que ya que ellos así lo querían, así iba a suceder?

¿Es que no le dio mala espina que sus amigos del alma sean ahora la Bullrich, Pinedo, Michetti, Recoleta?

Evidentemente no, porque cuando uno se quita el alma por un fin espurio, se des-alma, se transforma en un desalmado, no solamente pierde lo obvio, sino también algunos accesorios tales como la inteligencia, la intuición, el tino.

¡Pero Lanata es un tipo inteligente! Diría un importante importador de chucherías (enojado con Moreno).

Era, o mejor, era un poquito, y lo demas lo fingía. Lo que resta es un reflejo, algunos hábitos pero, pronto verán, nada nuevo, nada original, salvo la parodia de sí mismo en un adobo constante de su pequeño ego, cada vez más y más inflado cuanto más y más vacío.

Comparar la situación en el aeropuerto de Maiquetía con los treinta mil desaparecidos es una desproporción rayana en el chapismo, situación en la que el robo de significados y símbolos se desmadra hacia el desquicio. El veneno es la dosis, y cuando esta es alta y reiterada puede hacer perder la razón.

Pero bueno, todo tiene su compensación y cada uno tiene lo suyo. Él podrá codearse en Miami con todos los garcas latinoamericanos y uno, de gustos más modestos, podrá pasar, hasta que la risa amenace con infarto, una y otra vez ese instante fugaz, pero eterno, en el que dice, al borde de un ataque de nervios (como le gustaba titular en Pagina/12), “vamos a un corte”.

Eduardo Montes

Ganamos los populistas

lunes, 8 de octubre de 2012

Chávez ganó las elecciones en Venezuela. No deja de ser una buena noticia, a pesar de que esto pueda significar que arrecien los ataques a su gobierno así como el deterioro de su salud, seguramente frágil.

Tampoco es un tema menor el de los simbolismos, la asociación de ideas que se hace. Seguramente los "cacerolosos" tendrán que cambiar el slogan que tenían preparado ("Ya derrotamos al simio Chávez, ahora vamos por la Kretina...") por otro más acorde con la situación, como podría ser algo que contenga la frase "antes de que nos convirtamos en Venezuela", o cosa así.

Todo esto sería anecdótico si no llevara en su seno una contienda de cierto interés. Esta se resume en "populismo sí" o "populismo no".

La palabra "populismo" tiene diversas acepciones y una larga historia (desde Roma, cuna de muchos malos entendidos), pero siempre es usada de modo negativo tanto por receptores como por emisores. Estos, como es obvio, emitiéndola y aquellos, rechazándola. En suma, nadie la quiere para sí. Es pues hora de que alguien se apropie de ella en sentido positivo.

No sé si alguna persona, en su sano juicio, ha dicho alguna vez: "Efectivamente, soy populista". Pues bien, ha llegado la hora de que alguien de un paso al frente, de modo que no tengo más alternativa que predicar con el ejemplo: Soy populista y lo sostengo públicamente.

De ahora en más puedo ser llamado de esa manera por quien quiera, esto no me ofenderá ni mucho menos.

Quien quiera saber que significados le otorgo al término, pueden continuar leyendo, aunque no sea estrictamente necesario.

Entiendo por populismo la práctica política de prometer beneficios y derechos reales a sectores que no los poseen, con el fin de alcanzar el poder y, una vez logrado, cumplir con lo prometido. Como contrapartida considero que son populistas aquellos beneficiarios que, esperanzados por las promesas dan su apoyo o, ante la corroboración de su cumplimiento, lo sostienen. Es un sistema simple de "toma y daca", basado en el favor y el agradecimiento. Y así debe ser.

Es cierto que el derecho no debe obtenerse como favor, pero cuando la ley no es cumplida y nadie le importa, cuando la constitución de un país es una vaga declaración de principios sin ningún anclaje en la realidad, que alguien venga y haga efectivo algún derecho teórico, se experimenta como un verdadero favor. Y ante los favores, el agradecimiento es de buena educación y don de gentes.

A esto, los opositores le llaman "populismo" y "clientelismo" y a los beneficiarios "vagos que no quieren trabajar". Esto en medio de rabietas rayanas en la patología mental.

Por mi parte, votar a aquellos que prometen, y cumplen, beneficios y derechos, me parece más cercano a la sensatez que votar a quienes prometen "ajuste", "austeridad", "fin de la fiesta", etc. Cosa que se parece a la demencia cuando hay que pagar los desajustes, el derroche y la festichola de otros que, nunca, pero nunca, pagan los platos rotos de ninguna fiesta, y a quienes que otros paguen lo que ellos rompen les parece de una viveza fuera de todo límite y que hace más grato el fruto de sus fechorías.

A la cultura europea, trastornada por siglos de guerras fratricidas (con Prusia, Inglaterra y Francia a la cabeza), la han convencido que este es el colmo de la civilización, la responsabilidad y la sensatez, cosa que la impulsa a mirar por encima del hombro a los fenómenos latinoamericanos. Pero esto es tema para otro desarrollo...

¿Por qué habría que convencer a los pobres, los marginados, los descastados que lo más importante es la "calidad institucional", es decir, la frastraslafra, en lugar del "pan y el circo", es decir, el alimento y la diversión?

¿Quién que no fuera malintencionado y malvado querría convencer a los descastados de que no les conviene lo único que les conviene? ¿Que de este modo no saldrán nunca de su situación de marginación y pobreza? ¿Si esto es así, por qué no lo dijeron antes de que aparecieran los monstruos populistas? ¿Por qué no explican su plan para acabar con la pobreza, la marginación y la desigualdad? ¿Por qué les exigen a otros que tengan paciencia cuando ellos la pierden sólo al imaginar una pequeña perdida eventual?

Que los "dictadores" y caudillos lo hacen sólo por su afán de poder y enriquecimiento todavía está por verse.  Pero aún si esto fuera cierto, ¿por qué a los pobres debería interesarle?, ¿qué tienen que ver ellos con estas disputas entre acomodados, ricos, muy ricos y riquísimos?

¿Por qué deberían interesarle los buenos modos y la moral de gentes de las cuáles sólo recibió, recibe y recibirá humillación, degradación y servidumbre?

Además, y para completar el cuadro, son tildados de vagos, resentidos y envidiosos del éxito ajeno. Más todavía, ¡temerosos del éxito!, como bien lo prueban varias teorías psicológicas en boga. O bien, como sostienen algunos gurúes muy sabios, pacíficos y bondadosos, víctimas del mal karma acumulado en sus vidas anteriores.

¡Ahora resulta que los discriminadores son institucionalistas, democráticos, éticos, justicieros y, sobre todo, extremadamente interesados por la suerte de los pobres!

Uno de los rasgos extraños de esta época, posiblemente de todos los finales de época, es que la inocencia desaparece. Entendiendo por tal ese talante más o menos genuino que lleva a creer en ciertas cosas de modo, también más o menos, cercano a cómo se las expresa. Pues bien, esto ya no existe, ¡enhorabuena! Esto significa que ya no deben creerse todas estas manifestaciones de fe civil, todas encierran enormes dosis de discriminación, violencia y voracidad apropiadora.

Cuando una franja de la sociedad se hace adicta al fenómeno conocido como "plata dulce", le es muy difícil no buscar "proveedores" de la misma, sean estos militares golpistas, caudillos populares o funcionarios grises. A partir de ese momento son clientes fieles de cualquiera que les prometa obtener el objeto de su adicción. Y son enemigos mortales de quien la aleja del mismo, así sea para salvar vidas, mitigar una crisis, mejorar la calidad de vida del pueblo o compensar siglos de injusticia y marginación.

El planeta entero está atravesado por estas franjas que, con un ardid u otro, han encontrado la manera de hacerse de "plata dulce", una riqueza fantasmal que, cuando se esfuma, absorbe la vida de la riqueza real. En síntesis, capitalismo financiero, creador de riqueza virtual y destructor de riqueza real.

Hoy en día, en Latinoamérica, los populismos luchan contra eso. No es una batalla que vayan a ganar, pero cuanto más se dilate su derrota, mejor, porque la vida continúa, no se detiene, asciende.

Felizmente, a los trompicones, la historia avanza, tiene una dirección evolutiva. Y lo que hoy se tilda como populista o clientelar, mañana es un logro que a nadie se le ocurriría ceder. ¿O acaso a alguna persona educada, bien vestida, respetable e insospechable se le ha ocurrido rechazar el aguinaldo por populista? Of course not.

Hay varios significados atribuibles al término "populista", pero lo que suele suceder con los fenómenos tildados como populistas es que no son aceptados por el statu quo ni comprendidos por la intelligentzia del sistema dado. Esto no permite ver que algunas configuraciones expresan un cambio o una necesidad de cambio importante, una acumulación histórica que busca destino y a lo que no es bueno, humana e históricamente hablando, oponerse.

No voy a desarrollar una discusión con todos los que han manipulado el término, pero sería bueno detenerse en ciertas concepciones de la izquierda "científica", aquellas que toman al populismo como una manera de cambiar cuestiones de superficie sin tocar las estructuras esenciales. Como son "científicos", y a la moda de 1890, sólo ven fenómenos mecánicos, no advierten el hecho humano que es más que mecánica y, por tanto, no ven los futuros que se abren, no ven las energías dormidas que se despiertan, no ven la historia desperezándose, el mito del Gran Cambio buscando pronunciarse. Sólo están interesados en la pérdida de "clientela". Pérdida, por lo demás, imaginaria.

Si esto no es así que expliquen, por favor, qué es lo que hacen junto a los ricos (y aspirantes a ejecutivos) contra los pobres. Que nos digan por medio de qué extravagante ingeniería de pesos y contrapesos se llegará a la revolución social, apoyando a la oligarquía más violenta.

Bien, hoy, día de fiesta, pequeña y serena pero fiesta al fin, reitero mi convicción humanista con un pequeño agregado circunstancial, válido sólo para este momento y sin un ápice de fe ingenua o ciega, el de "populista crítico". Este detalle ideológico sólo tiene validez para la geografía política, social y cultural de América Latina.

Con mucho más que agregar, y pocas ganas de hacerlo, sólo me queda decir: ¡Vamos Chávez, todavía! De parte de un chavista de la última hora.

Eduardo Montes