El misterio de las islas desaparecidas

martes, 27 de noviembre de 2012

No hace mucho un barco del servicio hidrográfico australiano comprobó, durante una travesía por el Mar de Coral, que una isla registrada en mapas, cartas de navegación y la aplicación Google Maps, en realidad no existe. Su nombre, en los mapas ya que no en el lugar de los hechos, era Sandy Island (¿significa isla arenosa, no?)

Esto estimuló toda clase de interpretaciones y alimentó los titulares de las ediciones digitales de casi todos los periódicos del mundo. Algunos aprovecharon el hecho (mejor dicho, el no hecho), para reavivar misterios y leyendas bastante venidos a menos desde que existen los satélites de comunicaciones, internet y toda la parafernalia tecnólogica actual.

Seguramente se trata de algún error, involuntario o intencional, que no admite mayores comentarios, no es que haya desaparecido realmente una isla con sus construcciones, flora, fauna y habitantes.

Algunos dicen que se trata de errores intencionales introducidos por algunos cartógrafos (seguramente estrellas dentro de la actividad) para detectar la actividad de copy-paste, es decir para que no les plagien sus trabajos, cosa difícil de comprobar de otra forma.

Antiguamente existía en el océano Atlántico norte una gran isla situada entre la línea imaginara Gran Bretaña-Noruega y Groenlandia. La misma fue ocupada hacia el año 900 por emigrantes provenientes de Escandinavia y, probablemente, de Irlanda. Se trataría de vikingos con sus esclavos irlandeses.

Estos primeros habitantes pusieron en marcha lo que podría considerarse la primera democracia parlamentaria del mundo. Es muy probable que sea necesario calmar entusiasmos porque, muy posiblemente, no se tratara de una democracia como la podemos entender ahora, aunque mediante ella pudieran zanjarse muchos conflictos reales, a diferencia de la actual donde no se zanja nada.

Al ser una democracia sin estado, era más bien la formalización de la coordinación entre diferentes grupos, cuya organización interna tal vez se pareciera a la de los clanes o tribus. Así, los distintos tribunales formados con representantes de todas esas configuraciones, servirían en caso de necesidad común (defensa o guerra, por ejemplo) o ante disputas entre partes. De cualquier forma, el símbolo es válido, no tenían organización centralizada, bastante al estilo medieval del que provenían, y no tenían una monarquía que los unificara aunque sea simbólicamente.

La vida en el lugar era dura, pese al clima bondadoso, para la latitud, gracias a la corriente del Golfo y sus restos de calidez tropical. Los principales recursos provenían de la agricultura y de la pesca.

Hacia el 1200, el fortalecimiento económico de algunos grupos, y sus disputas por el poder, ubicaron la historia de esta isla en paridad con el resto de Europa y, probablemente, el mundo, sucediéndose las correspondientes pestes, hambrunas, cambios de mano, erupciones volcánicas, emigraciones masivas, etcétera, hasta bien entrado el siglo XX.

Esta isla se independizó totalmente en 1944, organizándose como república parlamentaria. Desde entonces, y aun antes, mantuvo el bajo perfil que su situación geográfica y demográfica le adjudicaban. Su escasa población (en ningún momento mayor a los 300000 habitantes) y su ubicación septentrional nunca la pusieron en el foco de la atención mundial.

En las últimas décadas su economía comenzó a prosperar de la mano de la diversificación económica, en la cual debe destacarse el área de servicios financieros. A partir del siglo XXI, al igual que en el resto del mundo civilizado, y a caballo del burbujeo financiero, la economía lanzó hacia la estratosfera de las grandes e inexplicables ganancias a esta isla y a sus, locos de contentos, habitantes.

Pero, como bien se sabe, nada es eterno, etcétera, la crisis del año 2008 colisionó de frente con el jolgorio y los principales bancos (los tres bancos), que desarrollaban su actividad a nivel internacional, quebraron. Simple, llana y definitivamente quebraron.

El gobierno, como todo buen gobierno, hizo lo que se hace en estos casos, es decir, nacionalizar las pérdidas. El caso es que sus pares de Gran Bretaña y Holanda exigieron que se indemnice a los ahorristas de sus respectivas nacionalidades (quienes clamaban "¡mi plata, quiero mi plata!", muy al estilo rioplatense o, más específicamente, porteño).

Mientras se desarrollaban las negociaciones para satisfacer dichas exigencias, comenzó a levantarse un murmullo entre la población (por graficarlo de algún modo) que se transformó en grita a poco de enterarse a cuánto ascendería la cuenta y cúanto debería pagarse per capita. En fin, para no extenderse en demasía sobre este asunto: se hizo un referéndum o algo así y la mayoría decidió que no había que pagar nada y además había que meter presos a los banqueros y a los políticos que los habían protegido.

Cayó el gobierno, asumió otro de izquierda liderado por una mujer (cosa que estimuló no sé qué historia acerca de la restauración del matriarcado, sobre todo entre las huestes de la militancia feminista, creo) y volvieron todos al tema de la pesca, la agricultura, la energía geotérmica e hídrica y a otras cosas a las que se dedicaban antes de que llegara la falopa financiera.

Esta isla se llamaba Islandia, nombre que significa tierra o país de hielo. Tiene el nombre cruzado con otro lugar que se llama Groenlandia, es decir, tierra verde. El caso es que el hielo está en Groenlandia y el verde en Islandia.

Evidentemente, ya en épocas remotas tenía la intención de embozar su ubicación. Actualmente lo ha logrado porque desde que decidió no pagar la deuda delictiva que le habían endilgado ha desaparecido de todas partes. No la nombran los diarios, ni pequeños ni grandes, no la mencionan los noticieros, ni las agencias, ni nadie que tenga alguna relevancia. Solamente algunos blogueros ignotos la utilizan de vez en cuando para llevar agua a su molino o querer hacer algún paralelismo tirado de los pelos.

En fin, probablemente a Islandia, donde sea que esté, le convenga no estar en boca de nadie y así dedicarse a restañar sus heridas, resolver los problemas que le dejó la jauja y estar lista para ser destinataria de un nuevo milagro económico que, de paso, la haga reaparecer.

El capital no guarda resentimiento y siempre le da la bienvenida a los hijos pródigos. Esta imagen paternal no debe ilusionarnos mucho, es un padre al estilo Cronos quien, sin mayores remordimientos, se devora a sus hijos.

En síntesis, me parece más llamativa la desaparición de Islandia, que creo que realmente existió, que la de la isla Sandy, que creo que nunca lo hizo.

Eduardo Montes

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