Conchudos

sábado, 29 de septiembre de 2012

No suelo ver noticieros ni programas de análisis político, opinión o similares. No es por ninguna aversión en particular, es sólo que suelen estar tan enemistados con el buen conocimiento y el uso ecuánime de la razón que ya aburren...

El caso es que estaba de visita en casa de un amigo y perdí el control, el control del control remoto. Lo tenía este amigo y él es casi adicto a estos programejos. Ni siquiera le gustan, no está de acuerdo con sus contenidos, ni la manera en que los gestionan, pero de cualquier forma, no puede dejar de verlos (comportamiento compulsivo que justifica de diversas maneras, sin mucha convicción).

En cierto momento un periodista comenzó una entrevista en directo a un par de alumnos del, creo, colegio normal Mariano Acosta. Estos muchachos eran los voceros del conjunto que tomó el establecimiento en protesta por una de las tantas políticas del gobierno de la ciudad que tienen como víctimas a los estudiantes.

Al parecer este periodista partió de la premisa básica de que se iba a encontrar con dos "barderitos" que no quieren estudiar y lo único que les interesa es armar desórdenes para dejar de hacerlo (y de paso, levantarse "minitas").

Evidentemente le falló la inteligencia (en el sentido de la obtención de información previa del campo de batalla) o le falló la inteligencia, en el sentido de no advertir los límites de sus recursos y los de sus, desde el vamos, oponentes) o, en definitiva, le falló la inteligencia. El caso es que estos dos muchachos, casi niños, que seguramente serían de los mejores promedios del colegio, lo dieron vuelta varias veces, con una altura, una claridad de conceptos y una adecuación al medio de comunicación, absolutamente admirables.

Mientras nuestro desgraciado (consultar www.rae.es) comunicador, buscaba y rebuscaba en manidos y remanidos prejuicios, en ideologemas y sofismas, en argumentitos y argumentetes, en retos y admoniciones, en todo lo que pudiera, algo que lo salvara del mal trance y pusiera a los mozalbetes en su lugar (el de los equivocados, el de los pasmados ante la autoridad moral de los que mandan y la inteligencia de los que saben), ellos más crecían en gracia y talento, en fundamento y razón, en justicia y verdad, y otras maravillas similares.

Bueno, es probable que me haya dejado llevar por un exceso de entusiasmo. La cuestión es que los pibitos lo gastaron y lo dejaron así chiquito (acercar índice y pulgar a menos de un centímetro), con la mayor altura y educación. Y así debió sentirse nuestro insigne periodista, amigo; más que amigo, amante; concubino, alcahuete, del orden y las buenas costumbres, ya que apenas terminó la entrevista, aún con el enfado en el rostro y la alteración en la respiración (¡sri, sri ven a mí!) salió con una historieta más vieja que la escarapela.

La supuesta historia relata que un abogado al salir perdidoso de un juicio (llamo la atención sobre lo de "perdidoso"), no tiene mejor idea que desquitarse con el juez llamándolo "conchudo". Ante la sorpresa del magistrado nuestro buen abogado le aclara que lo dice en el sentido (obsoleto) de "astuto, cauteloso, sagaz".

Nuestro amigo periodista, ya plenamente instalado en el dislate, ubica la escena en Estados Unidos, sin advertir que la palabra que menta difícilmente tenga cabida en alguna corte de ese país. Creo que el idioma oficial por allá es el inglés.

Así, después de poner como antecedente esta dudosa historia, mirando fijamente la cámara, saboreando la frase, dotándola de la mayor capacidad catártica que el momento le permitiera, se despachó (¡alabada sea la ley de Cristina despenalizando las calumnias e injurias!) con la soez expresión de que estos muchachos, malvados ocupadores de colegios, eran unos conchudos, aclarando el doble sentido, pero utilizándola como una daga, sin poder (o querer) reprimir el malsano placer que su uso le provocaba.

¿De dónde sacarán algunas personas tanta autoridad moral, tanta sabiduría,  tanta honestidad y don de gentes?

¿Qué le pasará a esta gente? ¿Dónde obtendrán esas patentes de censor?

Y, finalmente, ¿de qué tendrán tanto temor?

Me recuerdan a esos niños que, en noche de fogatas, cuentan historias de aparecidos para asustar a los compañeritos y terminan asustados ellos más que nadie.

Algunos, en su insania, porque algo de insano hay que tener para empezar, comienzan a usar todo tipo de recursos (en general ilícitos) para pintar una sociedad inmersa en un caos que nunca termina de llegar.

Tanto va el cántaro a la fuente que al final se rompe. terminan por creer su propia ficción y entonces se alocan, se desequilibran y ven toda clase de cosas demenciales. Y, lo que es peor, se ponen violentos.

Como tienen un espacio de difusión pública, ganado quién sabe cómo, le pagan por esto. Es decir, le pagan por envenenar. Es cierto que al público en general el veneno le gusta, pero atenti con la dosis, no sea cosa que terminen arrojando espumarajos verdosos en el hombro del vecino...

La cuestión es que me gustó el recurso, este de utilizar una palabra de presente ofensivo y atribuirle un sentido perimido. Ahora, la cara que puso nuestro insigne comunicador fue bien, bien, de carga y sentido actual y local.

Creo, a pesar de todo, que tuvo un rasgo de sinceridad porque es verdad que sufrió la astucia, la cautela y la sagacidad de los dos borregos, quienes se obstinaron en fingir equilibrio, ecuanimidad, inteligencia y claridad expositiva.

Por mi parte, y para terminar con este episodio pavote, sólo me resta llevar el recurso utilizado un poquito más allá, proponiendo un salto de calidad. De modo que sí, creo que tiene razón, esos pendejos son dos conchudos, en el sentido que le plazca a quien sea, pero además este señor periodista, comunicador y, seguramente, filósofo y gran lector de las clásicos, merece el mismo apelativo, pero sin sentidos equívocos.

Nada de juegos de palabras, este señor es un conchudo en el sentido que se le da a esta palabra en tres acepciones:

2. adj. coloq. Am. Sinvergüenza, caradura.
3. adj. coloq. Col. indolente (‖ que no se afecta o conmueve).
4. adj. C. Rica. tosco (‖ grosero).

No creo que sea:
        1. adj. Dicho de un animal: Cubierto de conchas.

Y mucho menos:
        5. adj. coloq. desus. Astuto, cauteloso, sagaz.

Eduardo Montes

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