Ganamos los populistas

lunes, 8 de octubre de 2012

Chávez ganó las elecciones en Venezuela. No deja de ser una buena noticia, a pesar de que esto pueda significar que arrecien los ataques a su gobierno así como el deterioro de su salud, seguramente frágil.

Tampoco es un tema menor el de los simbolismos, la asociación de ideas que se hace. Seguramente los "cacerolosos" tendrán que cambiar el slogan que tenían preparado ("Ya derrotamos al simio Chávez, ahora vamos por la Kretina...") por otro más acorde con la situación, como podría ser algo que contenga la frase "antes de que nos convirtamos en Venezuela", o cosa así.

Todo esto sería anecdótico si no llevara en su seno una contienda de cierto interés. Esta se resume en "populismo sí" o "populismo no".

La palabra "populismo" tiene diversas acepciones y una larga historia (desde Roma, cuna de muchos malos entendidos), pero siempre es usada de modo negativo tanto por receptores como por emisores. Estos, como es obvio, emitiéndola y aquellos, rechazándola. En suma, nadie la quiere para sí. Es pues hora de que alguien se apropie de ella en sentido positivo.

No sé si alguna persona, en su sano juicio, ha dicho alguna vez: "Efectivamente, soy populista". Pues bien, ha llegado la hora de que alguien de un paso al frente, de modo que no tengo más alternativa que predicar con el ejemplo: Soy populista y lo sostengo públicamente.

De ahora en más puedo ser llamado de esa manera por quien quiera, esto no me ofenderá ni mucho menos.

Quien quiera saber que significados le otorgo al término, pueden continuar leyendo, aunque no sea estrictamente necesario.

Entiendo por populismo la práctica política de prometer beneficios y derechos reales a sectores que no los poseen, con el fin de alcanzar el poder y, una vez logrado, cumplir con lo prometido. Como contrapartida considero que son populistas aquellos beneficiarios que, esperanzados por las promesas dan su apoyo o, ante la corroboración de su cumplimiento, lo sostienen. Es un sistema simple de "toma y daca", basado en el favor y el agradecimiento. Y así debe ser.

Es cierto que el derecho no debe obtenerse como favor, pero cuando la ley no es cumplida y nadie le importa, cuando la constitución de un país es una vaga declaración de principios sin ningún anclaje en la realidad, que alguien venga y haga efectivo algún derecho teórico, se experimenta como un verdadero favor. Y ante los favores, el agradecimiento es de buena educación y don de gentes.

A esto, los opositores le llaman "populismo" y "clientelismo" y a los beneficiarios "vagos que no quieren trabajar". Esto en medio de rabietas rayanas en la patología mental.

Por mi parte, votar a aquellos que prometen, y cumplen, beneficios y derechos, me parece más cercano a la sensatez que votar a quienes prometen "ajuste", "austeridad", "fin de la fiesta", etc. Cosa que se parece a la demencia cuando hay que pagar los desajustes, el derroche y la festichola de otros que, nunca, pero nunca, pagan los platos rotos de ninguna fiesta, y a quienes que otros paguen lo que ellos rompen les parece de una viveza fuera de todo límite y que hace más grato el fruto de sus fechorías.

A la cultura europea, trastornada por siglos de guerras fratricidas (con Prusia, Inglaterra y Francia a la cabeza), la han convencido que este es el colmo de la civilización, la responsabilidad y la sensatez, cosa que la impulsa a mirar por encima del hombro a los fenómenos latinoamericanos. Pero esto es tema para otro desarrollo...

¿Por qué habría que convencer a los pobres, los marginados, los descastados que lo más importante es la "calidad institucional", es decir, la frastraslafra, en lugar del "pan y el circo", es decir, el alimento y la diversión?

¿Quién que no fuera malintencionado y malvado querría convencer a los descastados de que no les conviene lo único que les conviene? ¿Que de este modo no saldrán nunca de su situación de marginación y pobreza? ¿Si esto es así, por qué no lo dijeron antes de que aparecieran los monstruos populistas? ¿Por qué no explican su plan para acabar con la pobreza, la marginación y la desigualdad? ¿Por qué les exigen a otros que tengan paciencia cuando ellos la pierden sólo al imaginar una pequeña perdida eventual?

Que los "dictadores" y caudillos lo hacen sólo por su afán de poder y enriquecimiento todavía está por verse.  Pero aún si esto fuera cierto, ¿por qué a los pobres debería interesarle?, ¿qué tienen que ver ellos con estas disputas entre acomodados, ricos, muy ricos y riquísimos?

¿Por qué deberían interesarle los buenos modos y la moral de gentes de las cuáles sólo recibió, recibe y recibirá humillación, degradación y servidumbre?

Además, y para completar el cuadro, son tildados de vagos, resentidos y envidiosos del éxito ajeno. Más todavía, ¡temerosos del éxito!, como bien lo prueban varias teorías psicológicas en boga. O bien, como sostienen algunos gurúes muy sabios, pacíficos y bondadosos, víctimas del mal karma acumulado en sus vidas anteriores.

¡Ahora resulta que los discriminadores son institucionalistas, democráticos, éticos, justicieros y, sobre todo, extremadamente interesados por la suerte de los pobres!

Uno de los rasgos extraños de esta época, posiblemente de todos los finales de época, es que la inocencia desaparece. Entendiendo por tal ese talante más o menos genuino que lleva a creer en ciertas cosas de modo, también más o menos, cercano a cómo se las expresa. Pues bien, esto ya no existe, ¡enhorabuena! Esto significa que ya no deben creerse todas estas manifestaciones de fe civil, todas encierran enormes dosis de discriminación, violencia y voracidad apropiadora.

Cuando una franja de la sociedad se hace adicta al fenómeno conocido como "plata dulce", le es muy difícil no buscar "proveedores" de la misma, sean estos militares golpistas, caudillos populares o funcionarios grises. A partir de ese momento son clientes fieles de cualquiera que les prometa obtener el objeto de su adicción. Y son enemigos mortales de quien la aleja del mismo, así sea para salvar vidas, mitigar una crisis, mejorar la calidad de vida del pueblo o compensar siglos de injusticia y marginación.

El planeta entero está atravesado por estas franjas que, con un ardid u otro, han encontrado la manera de hacerse de "plata dulce", una riqueza fantasmal que, cuando se esfuma, absorbe la vida de la riqueza real. En síntesis, capitalismo financiero, creador de riqueza virtual y destructor de riqueza real.

Hoy en día, en Latinoamérica, los populismos luchan contra eso. No es una batalla que vayan a ganar, pero cuanto más se dilate su derrota, mejor, porque la vida continúa, no se detiene, asciende.

Felizmente, a los trompicones, la historia avanza, tiene una dirección evolutiva. Y lo que hoy se tilda como populista o clientelar, mañana es un logro que a nadie se le ocurriría ceder. ¿O acaso a alguna persona educada, bien vestida, respetable e insospechable se le ha ocurrido rechazar el aguinaldo por populista? Of course not.

Hay varios significados atribuibles al término "populista", pero lo que suele suceder con los fenómenos tildados como populistas es que no son aceptados por el statu quo ni comprendidos por la intelligentzia del sistema dado. Esto no permite ver que algunas configuraciones expresan un cambio o una necesidad de cambio importante, una acumulación histórica que busca destino y a lo que no es bueno, humana e históricamente hablando, oponerse.

No voy a desarrollar una discusión con todos los que han manipulado el término, pero sería bueno detenerse en ciertas concepciones de la izquierda "científica", aquellas que toman al populismo como una manera de cambiar cuestiones de superficie sin tocar las estructuras esenciales. Como son "científicos", y a la moda de 1890, sólo ven fenómenos mecánicos, no advierten el hecho humano que es más que mecánica y, por tanto, no ven los futuros que se abren, no ven las energías dormidas que se despiertan, no ven la historia desperezándose, el mito del Gran Cambio buscando pronunciarse. Sólo están interesados en la pérdida de "clientela". Pérdida, por lo demás, imaginaria.

Si esto no es así que expliquen, por favor, qué es lo que hacen junto a los ricos (y aspirantes a ejecutivos) contra los pobres. Que nos digan por medio de qué extravagante ingeniería de pesos y contrapesos se llegará a la revolución social, apoyando a la oligarquía más violenta.

Bien, hoy, día de fiesta, pequeña y serena pero fiesta al fin, reitero mi convicción humanista con un pequeño agregado circunstancial, válido sólo para este momento y sin un ápice de fe ingenua o ciega, el de "populista crítico". Este detalle ideológico sólo tiene validez para la geografía política, social y cultural de América Latina.

Con mucho más que agregar, y pocas ganas de hacerlo, sólo me queda decir: ¡Vamos Chávez, todavía! De parte de un chavista de la última hora.

Eduardo Montes

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