Cuando
el ilustre periodista, y algo más, leyó los números del
escrutinio apenas si pudo aguantar la profunda contrariedad que le produjeron y después pidió un corte. Su rostro desencajado fue el non
plus ultra de
una noche de fiesta.
Evidentemente la experiencia lo dejó un poco tocado porque cuando regresó al país, aparte de refunfuños que nadie creyó, salió con la cuestión de que Argentina y Venezuela eran "democracias autoritarias" (ya no "dictaduras populistas") . ¡Interesante ascenso en el escalafón!
¡Qué
bueno es estar vivo! Si no uno se perdería cosas como estas,
pequeñas cosas de la vida que no son su sentido, pero lo aderezan...
Ese
momento, divertido, tiene además cierto valor de símbolo, de mojón
en una trayectoria aparentemente extraña que ha llevado a un
empresario del progresismo más o menos izquierdista a una derecha,
cada vez menos más o menos, recalcitrante. Muy a la Vargas Llosa
pero sin premios literarios.
No
puedo quitar de mi mente una pregunta copresente, un rum rum
constante que me quita la paz (por mucho que respire). La
pregunta es: ¿por qué fenómeno cuántico ese señor pasó, sin
escalas, de acá a allá?
Después
del domingo ya no puedo postergar más el asunto, tengo que dilucidar
el caso.
Hace
bastante tiempo, no recuerdo cuándo pero fue en la década de los
noventa, una amiga elogió a este buen señor por su vocabulario en
cierto programa radial (o televisivo, tal vez), le gustaba su
desenfado y su provocación. Todo hubiera quedado allí si ella no
hubiera pedido mi opinión. Cavilé un instante y luego le dije: “no
sé, tengo la sensación de que sus palabrotas son impostadas,
cosméticas, no le salen de adentro. En fin, son una pose”.
Además
agregué que sus “malas palabras” ya no lo eran, estaban
incorporadas al lenguaje cotidiano sin mayor carga, por lo menos
algunas de ellas (era la época en que el “boludo” empezaba a
reemplazar al “che” o a acompañarlo).
¿Te
parece? Preguntó esta amiga.
Respondí
que eso era lo que me parecía y además me despaché con una perorata
acerca del curro cultural
que involucraba a toda clase de artistas, intelectuales, periodistas
y afines. Espacio del que no eran ajenos muchos politiquitos de la
fauna vernácula.
Lo
particular de todos ellos es que siempre andan por ahí buscando
escenario desde una posición “independiente” que a duras penas
emboza su afán de relieve personal. Si se observara con atención
sus trayectorias se vería que estas, propulsadas por la notoriedad
(con los emolumentos consecuentes), pueden seguir vectores
insospechados. Así, van tomando derivas que provocan, si uno las
pierde de vista por un tiempo, una cierta sorpresa, parecida a la que
se experimentaba cuando niños, ante algunos trucos de magia (nada por aquí, nada por
allá. ¡Acá taaa!).
Uno
empieza a dudar de su memoria y se pregunta “si este no es el mismo
que...”, “pero este no es el que decía...”, “pero si yo lo
vi con...”, hasta que alguien lo informa adecuadamente y uno se
queda diciéndose “mirá vos”...
Podríamos
dar muchos ejemplos de esto pero mejor será no perder de vista el
tema. Y el tema es “El extraño caso del sr. Lanata” que, al modo
de los misterios de las novelas de misterio, al final no tienen nada
de misterio y sí una explicación extremadamente lógica donde todos
los detalles encajan.
A
veces hay que apelar a campos ajenos al aparente para lograr una interpretación correcta del fenómeno o es necesario un buceo en los vericuetos del
alma humana, tan sencilla y tan enredada a la vez.
Para encarar una comprensión necesitamos un punto de partida. Partamos
de la siguiente idea: todo ser humano, en su adaptacion al medio
social, es guiado por tres intereses, sexo, dinero y prestigio. Y es
una regla no escrita que si se logra una buena posición en dos de
ellos, el tercero cae solo.
Esta
premisa podrá aparecer como poco seria, reduccionista, arbitraria, sin base
científica y/o filosófica, etc., pero tiene una
característica esencial: es la que hemos asumido. Y con esto se
agota la discusión por improcedente.
Pues
bien, los artistas, los intelectuales, los políticos, los
periodistas, los científicos, etc., no están exentos de ser guiados
por estos tres intereses fundamentales. Es más, y por mucho que
pueda sorprender a los espíritus simples, probablemente estos
personajes tengan estos intereses como una obsesión en el grado
pluscuamperfecto de la compulsión irrefrenable. Después, el talento,
la fortuna o el background de
relaciones los lleva en una dirección u otra, siempre guiados por un
fototropismo ciego.
Las
convicciones, la autenticidad y otros intangibles pueden ser parte
del packaging,
pero no son la esencia del asunto. Siempre se puede hacer una
autocrítica del pasado para justificar un presente, ahora sí,
verdadero. O, las más de las veces, sostener que no se ha cambiado
sino que el mundo, los demás han cambiado, pero uno es
una petra inmutable
en el centro del cosmos.
Este
fenómeno de traslación o fototropismo es muy usual en estos
ámbitos. Lo que le da cierta originalidad al caso que nos ocupa es
su velocidad. No se trata tanto el haber asumido una oposición sin
matices al gobierno sino, fundamentalmente, el giro hacia la
corporación mediática con una renovación total de vestuario en una
especie de extreme
make up ideológico,
con una voltereta grotesca que lo deja a los besos con personajes
tales como Bullrich o Capriles (y en breve, Moyano), quienes, además
de representar intereses (brutales intereses), son expresión de una
estética, una sensibilidad, un modo de sentirse, un modo de vivir y
un modo de configurarse ante el fenómeno humano en general
totalmente alejados, supuestamente, de los suyos.
La
respuesta inmediata que esboza alguna gente, bastante desilusionada
con el sujeto en cuestión, es acusarlo de haberse vendido, de
haberse convertido en un mercenario sin entrañas (sin chistes
fáciles). Creo que el tema dinero no es desdeñable, pero no parece
explicar el asunto en su totalidad.
Un detalle a resaltar es que la corporación mediática, con
todo su poderío económico y relacional, no ha podido cobrarse
mayores presas, es decir, se maneja más o menos con el mismo plantel
estable que tenía de personajes sin mayor relevancia intelectual y/o
moral.
Esta
es la única que ha podido exhibir, con el aditamento de que no hace
mucho era uno de los más fuertes criticos del conglomerado. Doble
ganancia como corresponde a gentes de negocios.
Ante todo esto voy a ensayar una interpretación que irá por otros canales, no
por el lado de la burda mercenarización o por el lado de hipótesis
de resentimientos personales con algún socio por cuestiones de plata o
figuración, que no las descarto, pero que me parecen insuficientes.
Les falta algo más, ¿cómo diría?, algo más “espiritual”...
El tema, sin soslayar los otros, parece tener su primario en la imagen de sí, en el prestigio. Desarrollemos.
El tema, sin soslayar los otros, parece tener su primario en la imagen de sí, en el prestigio. Desarrollemos.
Durante
el gobierno de Néstor Kirschner no hubo mayor oposición de la corpo
mediática. Su hombre en el gobierno le daba todo lo que pedía y la
relación con el mismo se podía graficar con la antigua expresión
“miel sobre hojuelas”.
Alguna
publicación sacó un artículo en el que se afirmaba que Kirschner,
Moyano y Magnetto eran los hombres más poderosos del país (por
encima de los Rocca, Pagani, Miguens, etc.), cada uno en sus
respectivas áreas, sin solaparse ni interferirse, en perfecta
armonía y sincronización.
Prácticamente
no debe registrarse una sola crítica al kirschnerismo en esta etapa,
creándose la ilusión o la impresión de que estaba siendo el mejor
gobierno posible.
Los
triunviratos, se sabe desde Roma, nunca terminan bien, y este tampoco
habría de hacerlo. El primero que “pudrió todo” fue Néstor,
quien no pudo aguantarse y empezó a comentar en cenáculos reducidos
que se “iba a cargar al monopolio”. La ley de medios ya estaba
asomando y, obviamente, estas infidencias dichas ante los “topos”
de la corpo pronto habrían de llegar a los oídos de Magnetto.
Es
claro que no se puede pasar, sin decir agua va, del amor al odio sin
que medien algunos pretextos, y sin que se terminen de abrochar
algunos negocios. Pero la oportunidad de dar el primer golpe, o
contragolpe, llegó apenas Cristina terminó de carretear y empezó a
gobernar. Esto es historia conocida cuyo puntapié inicial fue el
denominado, intencionadamente, “conflicto con el campo”.
¿Y
todo esto qué tiene que ver con la elucidación de nuestro caso?
Mucho, porque la radicalización de posiciones que se empezó a
desarrollar en ese momento sacó a nuestro amigo de la cómoda
posición de fiscal de todo el mundo ubicado en algún punto de la
nada, allá arriba.
Cada
vez más la cosa se fue simplificando, aunque no facilitando, hasta
transformarse en “a favor” o “en contra”, sin matices, ambigǘedades, zonas grises o posibilidades distintas. Estas situaciones suelen ser aptas
para espíritus binarios a quienes el sí o el no les alcanza para
describir y operar sobre todo lo que existe. ¿Y lo demás?, bueno,
lo demás no existe.
En
este contexto nuestro amigo podría haber derivado hacia cualquier
lado. Es más, teniendo en cuenta los antecedentes ideológicos, el
tipo de lenguaje, el tipo de lecturas, etc., lo más probable es que,
así, cerrando los ojos, uno dijera que iba a orientarse hacia un
apoyo, seguramente crítico, al gobierno y todo lo que él
representara.
Algunos
factores impidieron esta asociación:
- Cristina se apropió sin miramientos de todo el discurso de la izquierda, particularmente el tema derechos humanos. Cosa que venía de antes, pero que adquirió mayor relieve con ella.
- Cristina planteó lo que se llama, quién sabe porqué, la “batalla cultural”. Básicamente una confrontación de relatos, muy en la concepción postmoderna, como más o menos es moda en la intelectualidad de las últimas décadas.
- Cristina es estrella, no es simplemente una política, tiene capacidad actoral y domina el escenario. Compone un tipo de personaje al que, si se lo sigue, siempre será más como acólito que como acompañante. Es un rasgo de carácter que no tenía su esposo y por eso podía tejer toda clase de entramados y sociedades. En cambio ella suscita un cierto trato de diva. No es que ella lo imponga, es que les sucede eso en su presencia.
Esto
lo expresan algunos tratando de degradar su mandato semejándolo a
una monarquía. No se dan cuenta que con esto confiesan el extraño
efecto que ella les produce.
Estos
tres factores resultan insoportables para quien se siente dueño de
la temática progresista, líder de la cultura y, como si esto fuera
poco, la estrella que falta en la galaxia.
Es
claro que estas cosas tienen sus explicaciones y sus interpretaciones
por medio de los más diversos psicologismos. Que si compensan alguna
deficiencia de personalidad, o una infancia desgraciada, o un padre
autoritario, o una madre sobreprotectora, o una tía libidinosa, o un
hermano alcohólico, o un exceso de encierro en casa, o un desarraigo
familiar, o lo que sea. Pero eso no importa.
El
punto es que si alguien experimenta que el lugar que le pertenece, lo
ocupa otro, y este alguien es una persona en extremo malcriada y
caprichosa y el ocupante, para colmos, talentoso y obstinado,
entonces, después de la rabieta del caso, tratará por todos los
medios de desalojarlo de allí y, mientras esto sucede, tendrá que
ocupar otro espacio, simétrico en su imaginación. Él quiere estar "arriba de todo" y, lamentablemente, "arriba de todo" está Cristina.
Como le han usurpado “su lugar”
hace guerra de guerrillas, y como no hay medios independientes, lo
hace desde el que le da todas las armas para su guerrita particular.
Un poco al modo de los taliban,
esos que eran financiados por un lado para que incordiaran al otro.
Siempre
ha sido así, los mercachifles compran lo que pueden para seguir
haciendo sus negocios y los extremistas manotean lo que sea mientras justifican los medios por sus fines.
Esto
les ha pasado a muchos, pero no muchos son los fundadores de
Página/12, en su momento máxima expresión de la profundidad
superficial, de la mediocridad inteligente, del estrategismo de café
y de la sabihondez insustancial.
Se
puede argumentar que Lanata no es un fundamentalista ni un
extremista, que es un hombre democrático, amplio, moderno y otras
maravillas.
Quienes argumenten de ese modo evidencian que no entienden nada de nada. Este hombre sí es un fundamentalista, esencialmente de su
propio yo, de su sobamiento, acrecentamiento, complacencia y
relevancia. En síntesis, un egotista exacerbado, como toda estrella
o aspirante a tal.
Por
eso cuando se encuentra con estrellas como Cristina, sueña con
hacerles una pregunta (desde su posición de fiscal periodístico
ubicado en un espacio cuántico) que la fulmine y que demuestre que
la única estrella es él.
Él
se emplaza en ese lugar extraño en que, con los superpoderes de su
lengua y con un canchereo sin soporte, hará la/s pregunta/s que
fulminaran al kirschnerismo dejando despejado su precioso espacio
usurpado (my
precious!).
Él
asocia Cristina a Chávez, como tantos otros, pero la verdad es que
le producen efectos diferentes. Este también tiene algo
de superstar,
pero es de una especie distinta. Para empezar, personajes como
Jorgito no le llenan una carie. Es un animal sólido al que no le
importa nada lo que él pueda decir. Le importa tanto como los
tacones de una señora de clase media caraqueña, o las ínfulas de
un petimetre acomodado.
Tal vez por eso hizo el circo de aparecerse con una carpeta de los servicios de inteligencia para que lo detuvieran y así darle un poco de entidad a su miedo y que no sea sólo imaginario.
Tal vez por eso hizo el circo de aparecerse con una carpeta de los servicios de inteligencia para que lo detuvieran y así darle un poco de entidad a su miedo y que no sea sólo imaginario.
Imagínense
a Hugo Chávez entrando a un lugar con su guardia pretoriana de cubanos, con
sus inocultables modos militares, con el peso específico de su
corporalidad en marcha, que venga un pelafustán y le haga preguntas
plagadas de prejuicios e ideítas anémicas. ¡Le manotea el
micrófono y se despacha con un discurso de dos horas!
Es
claro, a Cristina no le tienen miedo por una razón sencilla, ella no
da miedo. Ella lo que provoca es envidia (por el pelo, la ropa, las
carteras, los discursos sin papers, la
memoria, el codeo y otras superficialidades), una envidia que no se
traduce como deseo de emulación sino como resentimiento. Y a Lanata,
un bufoncito predestinado a entretener a la soldadesca de este lado
de la contienda, le da más envidia que a nadie. Por eso se pasa al
otro lado a criticar carteras y vestidos, con esa saña propia de los envenenados.
En fin, que cuando el cien por ciento de una conciencia está motivada por sexo, dinero y prestigio, es sólo cuestión de aumentar la temperatura para que aparezca la monstruosidad. Es necesario sólo un pequeño uno por ciento de mística para que la misma se neutralice. Sólo una pizca, pero una pizca sumamente rara. De esto, el gordito, absolutamente nada, por eso es que no cree en su existencia. Por eso no puede percatarse de que alguna gente, con sus mismos defectos, obsesiones y taras, es diametralmente distinta, sólo por ese uno por ciento definitorio, esa pizca de mística, ese catalizador imprescindible para quien aspire a ser real.
El
ignorante, en una extraña lógica, hace de su ignorancia prueba. A
veces confundiéndose solo, otras confundiendo a otros.
Así
dicho, todo parece chato y sencillo, sin embargo tiene sus bemoles.
La falta de plan B por parte de Lanata el día que, según toda la
probabilística, ganó Chavez, es muy llamativa. ¿Es que realmente
creía que iba a ganar Capriles? ¿Es que se creyó todas las
operaciones falsificadas que ellos mismos lucubraron? ¿Es que pensó
que ya que ellos así lo querían, así iba a suceder?
¿Es
que no le dio mala espina que sus amigos del alma sean ahora la
Bullrich, Pinedo, Michetti, Recoleta?
Evidentemente no, porque cuando uno se quita el alma por un fin espurio, se des-alma, se transforma en un desalmado, no solamente pierde lo obvio, sino también algunos accesorios tales como la inteligencia, la intuición, el tino.
¡Pero
Lanata es un tipo inteligente! Diría un importante importador de
chucherías (enojado con Moreno).
Era,
o mejor, era un poquito, y lo demas lo fingía. Lo que resta es un
reflejo, algunos hábitos pero, pronto verán, nada nuevo, nada
original, salvo la parodia de sí mismo en un adobo constante de su
pequeño ego, cada vez más y más inflado cuanto más y más vacío.
Comparar la situación en el aeropuerto de Maiquetía con los treinta mil desaparecidos es una desproporción rayana en el chapismo, situación en la que el robo de significados y símbolos se desmadra hacia el desquicio. El veneno es la dosis, y cuando esta es alta y reiterada puede hacer perder la razón.
Comparar la situación en el aeropuerto de Maiquetía con los treinta mil desaparecidos es una desproporción rayana en el chapismo, situación en la que el robo de significados y símbolos se desmadra hacia el desquicio. El veneno es la dosis, y cuando esta es alta y reiterada puede hacer perder la razón.
Pero
bueno, todo tiene su compensación y cada uno tiene lo suyo. Él
podrá codearse en Miami con todos los garcas latinoamericanos
y uno, de gustos más modestos, podrá pasar, hasta que la risa
amenace con infarto, una y otra vez ese instante fugaz, pero eterno,
en el que dice, al borde de un ataque de nervios (como le gustaba
titular en Pagina/12), “vamos a un corte”.
Eduardo Montes
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